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Adriana Escobar: 'Yo dejo en cada pieza mi momento'

 

Mis pasos se despiertan entre las paredes de una casa fantástica, un hogar que perdura en el tiempo y mantiene su esencia a pesar del ruido detrás de sus paredes.

Por Uribe Schwarzkopf el 03 abril 2024
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Cruzar la puerta del taller de Adriana Escobar es un privilegio de pocos, es respirar paz y revivir recuerdos cargados de nostalgia, es absorber su arte que se talla sin estridencias, con calma y paciencia, y da como resultado piezas únicas con personalidad y sobre todo con vida.

A los 18 años en la escuela Bernardo de Legarda, un proyecto donde se rescataban los oficios y las técnicas antiguas como la talla, la escultura, la orfebrería y la taracea, Adriana aprendió la base de lo que sería su modo de vida. “Era una casa antigua, ahí nos recibían a unos pocos alumnos y mi maestro, Salomón Enríquez, me enseñó con esa sabiduría milenaria y fantástica que lo caracterizaba.”

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Adriana, desde pequeña siempre quiso dedicarse al arte y lo hace hasta hoy, con la pasión que define la ruta de su vida. Ahora da clases personales, porque ella acaricia la madera, la trata, la entiende y así selecciona piezas cuidadosamente de todas las formas y tamaños sin desperdiciar nada, porque sabe que en cada pedazo está el alma de sus creaciones, cada fragmento de la materia prima la moldea hasta darle forma a una existencia llena de historias que van desde lo sutil hasta la fuerza potente de un trabajo que abraza, que cura y no la suelta. La taracea es su esencia, “nunca pensé que iba a ser tan feliz ni que me iba a encantar tanto, dediqué mi vida a esto. Gracias a lo que hago pude dedicar el tiempo a mis dos hijos -Juan José, músico y Alegría, médica- para mi eso no tiene precio. Soy dueña de mi taller y de mi tiempo.”

Estoy frente a una mujer excepcional que me guía entre tablones de madera y piezas minúsculas que descubren a una artista que es “pura motricidad fina”, nos dice Adriana con una sonrisa que encanta y con la delicadeza con la que conversa y te hace sentir en casa. Su trabajo transmite las sensaciones cotidianas y se traducen en obras que respiran profundo y encuentran su lugar. “Soy súper estricta y prolija, me gustan las miniaturas -reciclo madera- y cuido los detalles. Enloquezco con la madera, la madera es generosa, me absorbe. Si estoy triste lloro pero sigo trabajando y cuando termino veo la pieza y se que tiene un montón de pena, pero queda tan perfecta que hablo con ella porque viene del dolor pero a la vez me lo sacó y me alivia.”

Su taller es su espacio, hay momentos en los que comparte el lugar frente a su marido, también artista es escultor, pero ella trabaja sola y se inspira en la naturaleza que la rodea, “tengo la suerte de que mi taller esté en la casa de mi mamá en medio de un jardín que atrae todo tipo de pajaritos gracias a los frutos del huerto, mi taller me ha dado todo y me ha rescatado de todo. Este es mi refugio.”

El bargueño es la pieza magistral del taraceo de Adriana, ahí se evidencia el trabajo, la calidad, la Escuela Quiteña y la técnica, lo hace sólo bajo pedido. Anillos -lo que más le gusta hacer- platos, fuentes y cajas, aretes y collares son algunas de las obras de esta artista que disfruta imaginar lo que hará a veces sola y muchas otras llamada por la necesidad de sus clientes, “me gusta trabajar con las personas, entender lo que quieren y aportar con mis ideas. A veces me equivoco pero incluso de ahí salen cosas espectaculares”. No es fácil vender arte y las artesanías hechas a mano y de manera exclusiva, luchan por mantener su espacio y competir en un mundo cada vez más lleno de réplicas y hecho en serie.

“En Quito hay muchas ferias, en algunas expongo mi trabajo, sobre todo en la Feria de las Flores de Puembo -en mayo- pero la verdad es que se han proliferado tanto y algunas exigen costos irreales, en cambio en el CIDAP -Festival de Artesanías de las Américas, en Cuenca, la más grande del país- se rescata, apoya e incentiva a cientos de artesanos para que expongan e intercambien sus experiencias. Llevan más de veinte años convocándonos no sólo para rescatar el oficio, sino para resistir, trascender y valorar, para cuidar la identidad de los pueblos. Ellos son muy cuidadosos en su selección y sin duda es un esfuerzo real, porque es el apoyo que necesitamos para continuar y no morir. Este es el lugar que atrae a todos los artesanos de excelencia del país.” 

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Su momento creativo surge más en la mañana, “cuando llegan las ideas son como una avalancha, como un torrente de creatividad que hay que tomarlo. Tengo que apuntar todo para cuando llegue la sequía y la calma, poder reproducir y crear, lijar y lacar. Eso sí, siempre hay que estar en acción para que venga la inspiración, hay que trabajar y ahí sale. Cada vez que veo una obra terminada me ilusiono, soy la primera admiradora de mis cosas.” Quiteña, amante del arte en todas sus expresiones, prolija en la taracea y devota de la poesía, “dejo de hacer cualquier cosa por escuchar un poema, me llegan al alma. Tengo un autoestima muy alta, porque sé que lo que hubiera hecho, lo hubiera hecho muy bien”, ríe Adriana de buena gana. Ella transmite mucho en su trabajo, está claro que su arte no es para todos pero hay seres muy sensibles que miran, tocan y le encuentran el sentido de qué van a hacer con esa pieza que les cautivó, “cada uno sabe que debe guardar ahí”, la gente escribe su propia historia con cada obra.

Sus próximos pasos vienen renovados con la creación de varios objetos -fuentes y unos gallos completamente de madera- “hace unos meses tuve un problema de salud complejo que me detuvo. Me quedé sorda de mi oído derecho, tengo un zumbido permanente en mi cerebro que no se va nunca y debo acostumbrarme a vivir con eso -acúfenos-, tengo que hacerme amiga de este ruido. Cuando por fin pude moverme y caminar supe que no podía dejar lo que me apasiona, mi taller, esto es lo que me da vida.” Una experiencia extrema que hizo que Adriana vea el mundo con otros ojos, unos que la hicieron vivir un día a la vez y agradecer el privilegio de levantarse y respirar, “estoy satisfecha con lo que he construido, con lo que soy, lo he dado todo, pero aún hay más, todavía quiero cumplir mi sueño de coger mi maleta, mis piezas y recorrer el mundo.”

“La belleza está en las personas, en la gente generosa que entrega su alma.”

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