La magia existe, sólo que algunas veces se esconde, no se deja mirar de frente y se cobija en esos rincones misteriosos que se alejan del ruido cotidiano para despertar entre objetos que cobran vida, que sonríen, que se transforman en una escena de cuento de hadas y que nos regalan la esperanza de que el encanto está aquí sobre la Tierra, que la seducción se deja ver, nos coquetea y nos invita a verla por instantes, recordándonos que si miramos bien esas esculturas mecánicas, sabremos que han sido creadas con pasión, de manera prolija, pieza a pieza para convertirse en un objeto eterno que narra historias, que produce sinergias en el tiempo y entre culturas, y que guarda los secretos cinéticos que rozan el aire para elevarnos mucho más allá.
Ese rincón es el taller de Maurice Montero, quien desde hace más de treinta años se dedica al arte. Un maravilloso ser humano que nació en Francia en 1960 y en 1985 llegó a Ecuador para quedarse, “enamorado del folklore , de los paisajes y de su gente”.
Este artista único conversó con uSpots para hacer un recorrido por su trayectoria, por sus inicios y como ha llegado a construir un legado fascinante, para quien su trabajo representa mucho, “es mi forma de mirar el mundo”, y que parece sacado de un cuento donde la madera y el metal se unen y transforman cobrando vida por siempre.
Y por eso vemos piezas terrenales pero también uno que otro ser mitológico, pues a él le apasionan y les ha dedicado varias de sus obras. “Desde muy temprana edad me siento atraído por el sistema mecánico de los autómatas, de los relojes y de todo lo constituya movimiento. Mis diseños son el recuerdo de mi infancia cuando armaba y desarmaba objetos, pero también por mi acercamiento a la tradición de la juguetería europea”.
Su primera obra fue el “Hombre Pájaro”, una pequeña escultura de pared con un mecanismo sencillo, donde al jalar una piola, “la figura se transformaba de manera mágica en ave. Esta pieza, junto con otras, fue exhibida en la galería El Galpón Olga Fisch, en Quito”, recuerda Maurice.
De ahí en adelante se trazó un camino hipnótico donde el movimiento es la clave, “los mecanismos que accionan objetos, personajes, animales, etc., son generados por una manivela. Utilizo varios materiales como madera, bambú, acrílicos, telas, fibras. Generalmente mis esculturas son de formato pequeño-mediano.
Las de gran tamaño, han sido instaladas en espacios públicos y privados del país. Estas esculturas están hechas en metales como el acero, el bronce, el cobre. El movimiento se produce con motores eléctricos y/o energías alternativas”, explica Montero, para quien sus referentes indiscutibles, han sido aquellos artistas que incorporan el movimiento en sus obras: Alexander Calder, Jean Tinguely, Panamarenko y Leonardo Da Vinci.
El trabajo de este artista nace de la observación, la investigación, sus lecturas, “son los primeros pasos antes de dar vida a mi obra”, y de ahí parte la inspiración a través de varias fuentes como “la historia de la aviación, la mitología, la bicicleta y sus diferentes transformaciones en el tiempo, en la anatomía humana y animal, entre otras cosas”.
Su marca está ahí, es muy fácil reconocer su trabajo, sus obras destacan en donde se las encuentra. “Creo que mi trayectoria es un referente en quienes buscan trabajar escultura mecánica”, ha sido además, invitado a dar charlas y talleres en escuelas, colegios, universidades, institutos y empresas privadas, dentro y fuera del país, “motivando a que las personas se interesen en el arte. También hubo una época en que recibí en mi taller a algunos jóvenes pasantes”. Actualmente, y lo cuenta con sorpresa, una de sus piezas -El Grand Cheval-, ha tenido un alcance mayor a 24 millones de vistas y miles de comentarios en redes sociales. Sus dos obras que más orgullo le producen son: “El Centauro”, que “significó un gran reto para mí por la complejidad de ensamblar más de 120 piezas”, y “El Grand Cheval”, que “cambió el rumbo del diseño que venía trabajando desde el inicio. Hay un antes y un después en esta escultura. Aquí se concentran todos mis esfuerzos para llegar a descubrir el movimiento casi perfecto de un caballo”.
Maurice es un artista que cae bien desde la primera llamada, es cálido, cercano y sumamente generoso, para él la mayoría de los artistas trabajan con perseverancia, entrega y pasión. “No veo qué puede ser lo que me haga diferente de otros. Tenemos más bien, mucho en común. Tal vez la diferencia podría estar en el estilo de nuestro arte”. En cuanto a los artistas que se dedican al arte cinético, “el estilo que yo manejo es una mezcla de ingeniería, de física, de artesanía y de arte. Busco optimizar el movimiento, la técnica del tallado. Incorporo distintos materiales en una misma pieza. Soy minucioso en los acabados, le doy mucha importancia a la estética. Ninguna escultura es igual a otra. Creo que estos ingredientes hacen que mi obra sea exclusiva y tenga su sello particular y propio”.
Hoy Maurice está inmerso en un proyecto que le tomará algunos meses y que le está rompiendo la cabeza, “una escultura de tema romano. Para lo cual primero he realizado una maqueta, con ésta pruebo que los movimientos sean naturales, que los engranajes tengan el tamaño y la cantidad de dientes adecuados, y sirvan para sincronizar la velocidad de los elementos. Cuando todo esto esté como lo deseo, recién allí comenzaré a hacer la escultura definitiva”.
“El ser humano tiene la necesidad constante de crear y de consumir lo creado. La música, la literatura, el arte tienden siempre a acercarse a la belleza, a provocar, a contemplar, a desafiar. Todas estas búsquedas son vitales para el individuo; creo que sin ellas no sería posible la existencia”.
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