El mundo moderno es tan complejo que la simpleza se siente, al mismo tiempo, como un lujo y como un requisito para la plenitud. Si no tenemos prioridades claras, enfocarse en los aspectos de nuestra vida que nos motivan y nos dan sentido resulta muy difícil. La aplicación concreta de este principio en diseño, arte y arquitectura se conoce como minimalismo.
La palabra minimalismo apareció en la década de 1960 para describir la obra de artistas que redujeron sus medios de expresión a lo esencial. A menudo eligieron colores puros, formas geométricas, texturas industriales y tejidos naturales. Los bloques de hormigón del escultor Tony Smith son un ejemplo de esta corriente.
En diseño y arquitectura el estilo minimalista sigue los mismos principios.
Evita elementos innecesarios, maximiza el uso de espacios abiertos y bien iluminados y prefiere colores sencillos y claros. El equilibrio es un elemento esencial en el estilo minimalista Los espacios que lo aplican dan tranquilidad en un mundo apurado y lleno de preocupaciones.
Como una prueba de que nuestro hábitat influencia la forma en la que pensamos, en los últimos años el minimalismo se ha convertido en un estilo de vida. Libros como Goodbye, things, escrito por Fumio Sadaki, el famoso método de Marie Kondo o el documental de Netflix The Minimalists, muestran esta tendencia. Todas estas propuestas tienen una creencia en común: menos es más.
Para empezar a entender el minimalismo imaginémonos una escena de caos cotidiano. Hay papeles viejos sobre la mesa, demasiados muebles que dificultan nuestros pasos y ropa qué desborda los cajones y termina colgada sobre una silla. En un lugar como este la vida es posible pero complicada: las cosas se pierden, lo valioso se confunde con lo descartable. Aparte, al menor descuido pisamos una pieza de lego con nuestros pies descalzos. El estilo minimalista busca ser un antídoto contra esa entropía cotidiana.
Los promotores del minimalismo aseguran que esto también nos ocurre en una escala más importante. Cuándo nos llenamos de objetos, relaciones y compromisos innecesarios, nos vaciamos de lo que realmente sostiene nuestra existencia. En ese momento, demasiados bienes se convierten en anclas que nos quitan libertad.
Joshua Fields, autor de Minimalismo, para una vida con sentido lo pone en estas palabras: “Según adquirimos más espacio, lo llenamos de más cosas. Y, cuantas más cosas tenemos, más espacio necesitamos. Así que recurrimos a trasteros o nos mudamos a casas más grandes, pero no nos paramos a preguntarnos qué es esencial, qué es necesario o cuánto de lo que tengo aporta algo a mi vida”.
Para Fields, el primer paso para salir de este círculo vicioso es reflexionar sobre cómo intentamos aliviar nuestra insatisfacción con pertenencias. Después de reconocer esos lastres, empieza un trabajo de diseño en el que hay que separar lo accesorio de lo fundamental. Este es el gran reto del minimalismo. Exige compromiso, pero según sus promotores, es un esfuerzo que siempre vale la pena.
No necesitamos adoptar ninguna medida radical para beneficiarnos del minimalismo. Basta con preguntarnos de forma atenta y honesta acerca de las cosas que tenemos, que queremos y que creemos necesitar. La atención es el primer paso, como decía la pintora minimalista Agnes Martin: La medida de la vida es la cantidad de belleza y felicidad de la que somos conscientes.