Es difícil no sentir algo parecido a la sorpresa la primera vez que uno pisa Quito, independientemente de la información que maneje. Es bien sabido que la ciudad ecuatoriana es la capital más antigua de América del Sur, situada a 2.850 metros de altura, y que su ubicación entre montañas, algunas tardes, le otorga una suerte de aspecto brumoso, cuando las nubes bajas descienden hasta el asfalto y la niebla se apodera de las calles.
Resulta imposible no sucumbir al embrujo de la primera ciudad del mundo en ser declarada patrimonio mundial por la Unesco, era 1978. Sus plazas no han perdido el sello tradicional de las grandes ciudades sudamericanas, y ahora puede además presumir de un desarrollo urbanístico extraordinario, extremadamente responsable y cuyo efecto es perfectamente visible en un simple paseo por el centro.
El traslado del aeropuerto a las afueras de Quito ha permitido un enorme crecimiento en el que han tomado parte algunos de los mejores estudios de arquitectura del mundo, atraídos por las infinitas posibilidades de una capital tomada por el verde y pensada para la gente. La reciente apertura de la primera línea del Metro de Quito promete una transformación incluso más profunda de la capital de Ecuador, sostenida por su divisa (el dólar estadounidense) y por un estricto control gubernamental de las inversiones públicas. A ello se suma la apertura internacional de la urbe desde los ámbitos del arte, la gastronomía y la oferta hotelera. “El traslado del aeropuerto, la llegada del dólar y la movilidad de la gente han sido claves para este cambio de Quito en los últimos tiempos. Hace 20 o 30 años era una ciudad completamente distinta y ahora tiene un increíble desarrollo vertical. Pero creo que la clave es el cambio en las escuelas, las universidades y el hecho de que las familias quieran vivir cerca de esas escuelas, tener acceso a ellas”, explica Gonzalo Diez de Diez + Muller, una de las firmas de arquitectos más prestigiosas del país.
Estudios de arquitectura como Bjarke Ingels Group (BIG), los citados Diez + Muller o Philippe Starck han trabajado o están trabajando en Quito, espoleados por los diversos proyectos que han nacido en la ciudad en la última década. Uno de los responsables de ese cambio es Joseph Schwarzkopf. Su compañía, Uribe & Schwarzkopf, ha roto todas las fronteras a la hora de llevar al país a los grandes nombres de la arquitectura y el diseño mundial. “Quito es una ciudad cuya silueta provoca que sea menos complejo dar soluciones de vialidad para una movilidad humana más fluida. Además, tiene un volumen importante de parques y áreas verdes para los habitantes, aparte de sus monumentos históricos, que hacen del centro colonial un espacio único de turismo en América del Sur”, asegura Schwarzkopf. Él tiene claro el futuro de la ciudad: “Va a tener que crecer hacia arriba, especialmente por su forma y topografía. También creo que al crecer verticalmente se van a conservar mucho mejor las áreas rurales y habrá más áreas verdes a disposición de la gente. La apertura del Metro de Quito va definitivamente a cambiar el dinamismo de las tres zonas que une este transporte rápido, y el cambio será muy visible”.
Fachada del restaurante Somos en Quito, Ecuador. Fuente: diario El País.
La ciudad se estructura a partir de su parte vieja, que es también el gran foco de atracción turística. La plaza de la Independencia (también llamada plaza Grande), la basílica de Nuestra Señora de la Merced y la iglesia de San Francisco son los tres faros de Quito más allá del encanto imperecedero del centro colonial. Con los Andes como telón de fondo, muchos artistas locales han vuelto a casa con la intención de instalarse aquí definitivamente. Uno de esos artistas, que ya se ganó un merecido prestigio primero en París y después en Nueva York, Hong Kong y Washington, es Mathieu de Genot, un todoterreno en el universo de la arquitectura y el diseño. Su vuelta a Ecuador no le genera dudas de ningún tipo: “El regreso significó mucho más que solo volver a casa. Fue una oportunidad de volverme emprendedor, de abrir mi propio estudio, de volverme independiente. Y es que en Quito, por un lado, hay una cercanía realmente fantástica con los artesanos, trabajadores, para poder adentrarse mucho más en el proceso creativo idea-prototipo-realización”, cuenta.
La oferta gastronómica es otra de las grandes sorpresas para el visitante, encabezada por la chef Alejandra Espinoza, quien ya sacó cabeza en la abigarrada escena gastro de California gracias a su trabajo en la ciudad de San Francisco. Antes había trabajado en diversos establecimientos en la parte más alta de la cocina francesa. Ahora, de vuelta en Quito, dirige Somos, uno de los mejores restaurantes de la ciudad y su gran referente gastronómico. “Siempre quise volver y aportar, regresar, porque tuve la oportunidad de ver mundo. Ahora mismo tenemos a 36 personas trabajando para nosotros, 36 familias de Ecuador que nos ayudan y a las que ayudamos, así que creo que ha sido una gran idea volver. También debo decir que muchos chefs han regresado a Quito en los últimos tiempos y eso ha dado un empujón muy fuerte a la escena gastronómica local, que ha subido muchísimo de nivel, lo cual es una gran alegría para todos”, afirma Espinoza.
Interior del restaurante Foresta, del chef ecuatoriano Rodrigo Pacheco. Fuente: diario El País.
También la gente de Z Restaurants o Foresta presumen de una oferta que podría rivalizar con la de cualquier capital europea. Los primeros tienen la inestimable fortaleza del marisco que llega directo de las islas Galápagos, completamente trazable y con la voluntad de dar forma y sentido al término sostenibilidad. Los segundos, con su bosque comestible y un menú que recupera técnicas milenarias bajo la batuta de Rodrigo Pacheco, que contó con la ayuda del chef catalán Joan Roca, de El Celler de Can Roca, para elaborar un proyecto único en el continente.
La última baza de Quito es su oferta hotelera, encabezada por el hotel boutique Casa Gangotena, un establecimiento en el corazón de la capital de Ecuador que puede presumir de tener una de las mejores panorámicas. Situado en la plaza de San Francisco y obra del arquitecto italiano Antonio Russo, esta antigua mansión de tres pisos de estilo art déco es uno de los grandes placeres visuales de la ciudad. Su terraza, un secreto a voces siempre a rebosar, posee uno de los mejores atardeceres del país. No hay mejor remate a un día de paseos, compras y relajación que la visita a este icono que pronto celebrará su centenario y que representa como pocos el estilo y la elegancia del nuevo Quito.
Fuente: diario El País